FIESTA.

Por Roque Piedra Parra. Junio de 2002.

La fiesta se define como el exceso en contra del orden. Es una experiencia grupal, en su origen de carácter sagrado. Contrapone el espacio-tiempo lúdicos al espacio-tiempo del trabajo.

La fiesta tiene una función antropológica, como motivos podemos señalar:
Es la vivencia social y ritual del caos. En las más primarias y menos controladas se transgreden los pilares fundamentales de la cultura: homicidio, incesto,... Si hay represión de los impulsos primarios las vivencias no son tan extremas es una salida onírica y fantasmática al exterior. Si la fiesta está totalmente controlada por la acción sociocultural se reduce al espectáculo, a la participación pasiva y pierde casi todo su alcance terapéutico. Se procura invertir el orden espacio-temporal cotidiano.

Tiene un carácter originariamente sagrado. Es un rito: la destrucción que precede a la creación. Cuando una tribu se libera de la culpa, el sacrificio adquiere una dimensión de comida totémica.

Después de la fiesta viene el orden, es el acabar para volver a empezar. El nacimiento y la muerte se juntan en un punto del círculo temporal.

La fiesta tiene una función psicosocial, la cultura equivale a represión (Freud) que cuando no encuentra un camino de salida se produce una ruptura necesaria y la sociedad estalla (fiesta).

La fiesta es cultura popular, con sus reglas socioculturales se transmite en forma de tradición (oral) y su aprendizaje es la participación. Sus elementos integradores nos dan la concepción arcaica y rural del folclore. Entre sus funciones podemos destacar: Manifestación de un conflicto social o su amortiguación, de la estratificación social, de la identidad popular, del prestigio familiar, de la integración social y familiar y manifestación de la estética social.

La fiesta es un testimonio psicosocial a través del que podemos estudiar las relaciones conductuales de los miembros de una comunidad.

Asimismo tiene una función socioeconómica y política que se vincula a las ferias (una vez al año y después de la cosecha) en estas ferias se comerciaba y el elemento de cambió comenzó a ser el dinero, este tipo de fiesta empieza a decaer por la maquinización del campo y los procesos de industrialización urbana. Su enorme poder económico ha evolucionado hacia la cultura del ocio. En su aspecto politicosocial presenta dos vertientes: la institucional es oficial y recuerda el orden social y la fiesta subversiva es reivindicativa y es una manifestación contra el orden vertical. Instrumento de acción de masas.

Es un hecho sociocultural que tiene tres funciones: antropológica es una vivencia grupal y ritual, de carácter sacrificial que facilita el paso del caos al cosmos, psicosocial función social, económica y política y la función psicológica como ruptura del tiempo laboral para que salga la dinámica del inconsciente cultural.

Los principales componentes de la fiesta son: el exorno exterior que ambienta la celebración, el embellecimiento de calles y el adorno personal (vestidos).

Los mitos, relatos, creencias, leyendas y dichos referentes a la fiesta, a su origen o significado están en la memoria de la gente y se transmiten oralmente entre generaciones o difundidos por las autoridades o especialistas.

los ritos, ceremonias, liturgias, procesiones y romerías que coinciden o con acciones reales o irreales (profanas). la comida festiva que puede coincidir con una comida real (común o en grupos) o simbólica (sagrada). Las bebidas son desde el vino doméstico o a granel hasta el más selecto servido en caras cristalerías. las diversiones que son atracciones variadas, humor, música, baile, fuegos artificiales que pueden ser improvisados, preparados, gratuitas o pagando. los juegos que son un divertimento informal.

El análisis estructural de los códigos festivos desemboca en unas hipótesis de niveles o tipos de organización festiva que están relacionadas con los tipos de organización sociocultural.

La economía de la fiesta obedece a modelos de intercambio que pueden ser recíproco, redistributivo o de mercado. En fiestas no institucionales la financiación es por las aportaciones de los participantes (intercambio recíproco). Con régimen de comisión es redistributivo y puede oscilar entre modalidades igualitarias y estratificadas. Si subvencionan grandes instituciones el intercambio es de mercado.

La política de la fiesta está relacionada con las claves de decisión y el modo de integración sociopolítica. Estos modelos pueden ser: sociedades segmentarias o igualitarias, de jefatura o jerarquizadas, y sociedades estratificadas o estatales. La modalidad que se elija se refleja en la acción ritual. Los mecanismos de integración sociopolítica, en cuanto formas de organización y control, muestran en un polo el poder popular (líderes carismáticos) y en el opuesto los poderes instituidos.

La ideología de la fiesta incluye las ideas, valores, necesidades, intereses,... Que se orientan a la búsqueda de autoafirmación, reconocimiento social y prestigio colectivo y son los configuradores de la identidad cultural. La identidad, igual que la fiesta, se caracteriza por el sociocentrismo, mira las cosas desde el punto de vista del endogrupo.

La estructura d ella fiesta se puede ver como una tensión entre dos polaridades: rito (unidad a partir de la disparidad) y juego (situación de igualdad que consiste en una competición que acaba con la desigualdad, vencedores-vencidos). Por la vía lúdica o ritual, la fiesta, con su interno ejercicio de los sentidos y el intelecto, mediatizado por los códigos simbólicos que la componen, persigue un doble fin: sacralización de los valores que identifican a una sociedad y le dan sentido y la integración de sus miembros y sectores en el proceso de reconstrucción permanente que le hace ser como sociedad real.

Las relaciones entre fiesta y realidad social, a través de las que aquélla cumple su función, son frecuentemente relaciones de homología: las estructuras sociales tienden a marcar la pauta de las estructuras de la fiesta, que forman parte de ellas, de manera que se traslucen unas en otras. Aun admitiendo que esto sea lo más común, no hay que darlo siempre por supuesto, porque las fiestas pueden distorsionar en su despliegue las estructuras cotidianas, hasta invertirías simbólicamente, y en cualquiera de los casos, los conflictos latentes en el plano real podría estallar justamente con ocasión de una fiesta.

Todo festejo propicia la intensificación de la comunicación social y del intercambio de valores, sean éstos económicos, familiares, sexuales, políticos, informativos o estéticos. Se activan los contactos entre individuos y grupos, la emisión y recepción de mensajes, la utilización combinada de la reserva de códigos culturales. Todo esto lleva necesariamente a aumentar la frecuencia y el tono de las interacciones de todo tipo, unas previstas y otras muchas absolutamente fortuitas. De éstas últimas, habrá no pocas con repercusión más allá de la fiesta: tratos y negocios apalabrados, noviazgos o matrimonios convenidos, conflictos o pactos políticos, noticias, ideas nuevas, modas inopinadas, riñas, lutos... De manera que unas interacciones al azar dan nacimiento a relaciones permanentes, estructuradoras del proceso social. Los acontecimientos festivos son, por tanto, mediadores en la reconstrucción del sistema social. La construcción social simbólica (fiesta) incide en la construcción social real (vida cotidiana); y viceversa.

Cuando, al analizar las estructuras elementales de la fiesta, se han decantado tipos estructurales, estoy lejos de sugerir que esos tipos tengan que darse en estado puro en las fiestas empíricamente observables. Pueden encontrarse, sin duda, en otras coordenadas culturales; pero no en sociedades complejas como la nuestra. Aquí se superponen, se conjugan, se articulan unos y otros tipos, están en tensión y, según qué caso, uno de ellos resulta dominante. Por ejemplo, aunque de ordinario, en la organización de nuestra sociedad predominan los valores institucionales, la estratificación clasista y el mercado, bien pudiera ocurrir que en una fiesta patronal tengan mayor importancia los valores carismáticos, las jerarquías del parentesco y los productos locales. También es posible que prevalezca lo convivencial, la autoproducción de lo que se consume, la igualdad segmentada de los grupos coprotagonistas y la vernacularidad de los valores en circulación. Es decir, hay contextos donde lo popular, no institucionalizado, resiste a los embates de lo estatal y lo eclesiástico; mientras que en otros casos pervive gracias a la alianza con ellos, integrado, ensamblada su estructura con las estructuras más poderosas que lo envuelven; en otros, por ultimo, lo popular se halla en trance de extinción, como si hasta los más recónditos ámbitos del espacio social fueran a ser administrados por las grandes instituciones, estatales, paraestatales y supraestatales.

En nuestros pueblos, ha cambiado la funcionalidad de las fiestas, a consecuencia de la movilidad de los mercados, de la expansión de los automóviles, la televisión y las discotecas. En otros tiempos, había que aguardar a los días de fiesta y feria para comer bien, vestir bien, comprar ciertas cosas, visitar a los parientes, tratar con personas del otro sexo, oír música, divertirse, o compartir creencias con los demás. Hoy en día, todo eso se ha convenido prácticamente en algo cotidiano, programado para los fines de semana y las vacaciones que jalonan el año turístico. De las motivaciones antiguas quizá sólo persiste la necesidad de pertenencia comunitaria acentuada por la insolidaridad de las grandes urbes y la ausencia de sentido de la vida, que empujan a una búsqueda de la identidad perdida recuperando tradiciones.