«La película», un relato corto

Rescato de mis archivos una pequeña historia que escribí en marzo de 1998. Tal vez no sea una gran cosa pero creo que el resultado es bonito.


La tarde prometía ser fantástica. Lo prometía el propio ciclo de cine. Mis amigos estaban haciendo un gran trabajo en aquel cineclub y por fin tenía la oportunidad de ver Dune, una de las películas más especiales del cine de ciencia ficción. Un buen momento para pasarlo bien, un buen momento para conocer el mundo un poco más. No llegaba siquiera a los diez y seis años.

Llegué tarde y sólo pude coger sitio atrás. No era lo mejor pero al menos no me quedé fuera como otros. A mi lado estaba sentado Bearn. Éste Bearn era un tipo muy raro. Demasiado para mí en aquel entonces —ahora el freak soy yo— pero no era mal compañero: divertido y a su rollo. Apenas nos tratamos y supongo que su impresión de mí no debía ser demasiado diferente. Poco importa eso al fin y al cabo. Sólo es relevante el hecho de que él fue el único testigo de mi amargura, aquella tarde que aparece hoy en mi memoria.

No sé exactamente cuando ocurrió. Sólo sabría decir que fue en el segundo curso del BUP. No sé ni en qué mes ni en qué estación. Apenas recuerdo al chico, y de ella, sólo una bruma, un deseo, una imagen de beldad liberada de todo defecto. Como todo recuerdo que se precie.

Supongo que no tardé demasiado tiempo en darme cuenta de la extraña familiaridad de la chica que ocupaba la silla frente mí. Esa capacidad de reconocimiento está activada en modo automático en mí desde entonces. Aunque debo señalar al lector que ahora no hay un motivo especial para ello; simplemente es una costumbre y no me daña. Decía pues que pronto reconocí en los rasgos de aquella chica a los de la persona que me enajenaba desde hacía semanas. Meses. Por entonces no sé si ya le había mostrado mi amor —mi primera y única declaración de amor, un triste y solitario te quiero en la puerta del instituto en el único segundo que pude estar a solas con ella— el caso era que estaba allí y yo no estaba prevenido. Mi inquieto ego de amante juvenil se puso nervioso y mi sentido de observación se agudizó hasta la paranoia. Estaba sola. No podía estar sola una chica así. Nunca lo están. Se mueven a la sombra de un macho cuando no protegidas por la invulnerable empalizada de sus amigas. Y ella estaba sola. Mis ojos rastreaban todo el espacio alrededor suyo, sospechando aun del aire que respiraba. Y vinieron a pararse sobre un tipo sentado a su izquierda. Lo conocía muy poco, parecía buena gente y salió un par de veces con una compañera de clase. Un buen tipo que no encajaba en el asunto. Quedé perplejo cuando comprobé que realmente venían juntos. La película hacía minutos que había comenzado.

El desamor en la juventud es algo muy intenso. Está vacío de toda realidad pero luego, con el tiempo, se añorará la pasión. Cuando los años han quemado el alma el desamor solo es amargura que aviva el fuego. En los malditos años de juventud es una virtud heroica. Tan estúpida como todas brillaba igualmente con desgarradora belleza. Aquella tarde, tal vez de invierno, mi corazón saltó en pedazos prendida la mecha con la chispa de dos manos que se cogieron. Y ninguna era mía. Aquella tarde el mundo se me vino encima, en paralelo al viaje iniciático del joven Atreides. Aquella tarde llené los lagos ocultos de Dune con mis lágrimas. Convidado de piedra, con el cielo rozando la punta de mis dedos, viví mi destierro del corazón en el desierto de un planeta desierto que por grande que hubiera sido nunca llenaría la soledad de mi pobre alma autocompadecida. Esta noche la película era otra. El desierto es el mismo.




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